jueves, 5 de mayo de 2011

El ascensor y la playa

               Puede que todos mis relatos comiencen hablando de lugares o situaciones en las que me encontraba; será, reflexiono, porque es una manera de poner un punto de partida a mis experiencias. No sabés quién soy, ni sabés tampoco si estoy hablando en serio, verás… sólo juego el papel de narradora en este lugar. Sea como sea, quisiera a estas horas contarte, querido lector, una historia poco común. No sé cuándo sucedió, ni cómo es que la sé, pero la omnipotencia que obtengo al ser creadora y protagonista de los hechos me otorga tanta libertad para contarlos y refutarlos como se me dé la gana.
               Disfruto de la impunidad de ser poderosa, mas lo hago sabiendo que ese poder está sólo en mi mente.
               He aquí un día tan frío en el que las personas sólo irían a la playa  para ver el mar, o el horizonte, mientras se escucha el rugido de las olas rasguñando la costa. Típico día nublado en Mar Del Plata, de esos que cambian el rumbo de unas vacaciones soñadas y obligan a las señoras cansadas de sus rutinarias vidas a atender a sus patéticos varoniles maridos y, por si no fuera poco, a entretener a sus fastidiosos y malcriados hijos, como si las vacaciones para ellas no contaran, como si su entera vida fuera delegada a hacer feliz al resto.
Sólo los locos osarían meter su cuerpo al helado océano, de hecho, ni estas gordas señoras cansadas preferirían tocar el mar en vez de destruir su autoestima en el departamento.
Sin embargo, hay gente en la playa. Hay gente en todos lados. Mirando, observando el cielo, las gaviotas, juntando caracoles y conchas marinas. Gente sentada charlando. Una pareja por allí, enamorándose con sólo mirarse.
Alguien invita a la Srta. Fly a barrenar las frías olas marplatenses con unas nuevas tablas de surf.
-Estás en pedo, hace mucho frío- dice la Srta. Fly.
-¡Vamos, estas tablas son geniales, podemos barrenar! Barrenar.
Barrenar, barrenar, barrenar. El arte de lograr que el propio cuerpo del practicante se deslice por sobre y dentro de las olas. Una vista surrealista, supongo.
La Srta. Fly mira con incredulidad y desdén, y pega media vuelta, mientras el dueño de las tablas se desvanece en la arena. Sin dar mucha importancia  a lo sucedido, ella camina y se dirige hacia un parador, pero no es un parador normal, si no que parece elevado en la superficie, como si a pocos les fuera posible llegar hasta arriba: una suerte de barra de bar muy alta.  Algo la detiene en el camino: un pequeño niño, de unos 3 años, se prende de sus piernas al mismo tiempo que llora desconsoladamente. Su corazón se detiene por unos momentos. No puede dejarlo allí, tiene que poder ayudarlo. Lo alza entre sus brazos, tratando de consolarlo. El niño balbucea, ella no puede entenderlo, las lágrimas mojan sus rostros y hacen que el nudo en la garganta vuelva imposible cualquier tipo de comunicación. Hush, hush, baby baby, don’t you cry… Pink Floyd resuena en la cinematográfica cabeza de la Srta. Fly.
-¿Estás perdido, niñito? Ya no llores, hush… ¿Cómo te llamas? ¿Cómo llegaste aquí?
El niño, un poco más calmado por la contención de unos brazos femeninos, y casi embriagado por el aroma frutal que despide ella y que le recuerda, en cierto modo y sin saber cómo, al día de su nacimiento, esboza unos sonidos que bien podrían ser palabras, pero claramente no de nuestro idioma.
-Mom…
Aparece en la escena el desinteresado y desfachatado cantinero de esa rara barra, una barra hecha también de arena.
-Evidentemente este chico es hijo de extranjeros, flaca, suele pasar muy seguido que los niños se pierdan en esta playa, y también es probable que sus padres ni siquiera sepan que el pibe está por ahí. Tenemos que tratar de entenderlo, encima. ¿Vos  entendés el inglés? Preguntale cómo se llama, preguntale. Pobrecito…- el tono del cantinero es indudablemente argentino: canchero y resuelto.
-What is your name, baby? Don’t be sad, we will help you to find your parents, hush…
Luego de unos minutos de pensar, el niño finalmente deja de llorar y dice:
-I don’t know where i am, mom, I can't remember the way in which i arrived here…
-Pero, yo no soy tu madre, sorry kid, I will help you but I’m not your mother. Can you tell us your name? can you write it here?
La Srta. Fly acerca al niño hacia la barra de arena, incitándolo a escribir su nombre con sus pequeños dedos. Él comienza hacerlo, dudando de todo,  con la mirada perdida en quién sabe qué universos, y sin entender mucho de la situación. Sobre la arena pueden verse las siguientes letras:
D E
-De…?
D E N J A M I N
-Benjamin? That is your name?
BENJAMIN.
-Ah, Benjamin- interviene el cantinero- Deberíamos arrojarlo al mar. Él no recuerda quiénes son sus padres, es posible que ni siquiera tenga unos. Estoy hastiado de que estas cosas pasen en mi playa. Dan mala fama, luego andan diciendo que asuntos sobrenaturales ocurren aquí. Este niño es el mismo demonio. No te preocupes flaca, dejámelo, algo voy a hacer con él.
En un santiamén, los perdidos ojos del niño se vuelven fuego y a la Srta. Fly no le importa ya dejarlo, sigue su camino normalmente, como si nada hubiera pasado. Estas cosas ya le sucedieron.  Últimamente no se deja amedrentar por una mirada triste.
Se abre a su paso un enorme centro comercial. Entra. Quiere comprarse ropa, unas bermudas estarían muy bien. A su lado camina un hombre alto, muy alto, la escolta silenciosamente sin que ella se perturbe. En uno de los infinitos locales, se prueba tantas bermudas como puede. Ninguna le gusta demasiado. Oh, la Srta. Fly es bastante difícil. La muchacha que atiende ese negocio la mira con un profundo odio, la sonrisa falsa y el tono cordial con los que la atendió desaparecen cuando Fly le dice que no va a llevar nada.
-Debería dejarte aquí encerrada- remata la infeliz.
La Srta. Fly sigue su camino sin culpa y sin gracia. El lúgubre escolta la acompaña sin abrir la boca. Entran en un ascensor (¿en qué momento pasaron a estar tan elevados sobre la tierra?). Ella oprime el botón para dirigirse a planta baja. Cuando las puertas se  están cerrando, una mujercita corre hacia el ascensor, tratando de entrar en él también. La secuencia se ve en cámara lenta. Es Marisol. Sus miradas se cruzan como pidiéndose perdón mutuamente, pero ninguna se inmuta. Ella quedó, ellos bajan. Las puertas del ascensor se terminan de cerrar con un sordo ruido, y comienzan a bajar.
Y siguen bajando.
Bajan, y cada vez a más velocidad. Cuando la Srta. Fly se da cuenta de que el ascensor no se detendrá nunca, entra en pánico y se agarra de las espejadas paredes, mirando al extraño hombre como pidiéndole explicaciones.
-Estallaremos contra el piso, Srta. O estallarás.- es lo único que le dice, y su voz es un eco.
Sin embargo, eso no sucede. En un punto, el ascensor sale despedido hacia las calles a toda velocidad, esquivando objetivos. Desesperada, la Srta. Fly intenta romper los espejos de las paredes transformados en vidrios para escapar. Su escolta se desvanece, ya no tiene nada que hacer allí, su propósito era llevarla a la oscuridad eterna. El sol brilla con mucha fuerza afuera, y si no se apura, los autos que esperan detrás del semáforo en rojo embestirán el ascensor, haciéndolo trizas. Con las fuerzas que le quedan, la muchacha rompe el vidrio de adelante y sale por el pequeño hueco, cuidando de no lastimarse más.
El sol brilla con más fuerza aún cuando el semáforo cambia a verde.
La Srta. Fly sacude sus rodillas.
-No vengo más a Mar Del Plata- piensa.


Hush now baby, baby, don't you cry
Momma's gonna make all of your nightmares come true
Momma's gonna put all of her fears into you
Momma's gonna keep you right here under her wing
She won't let you fly, but she might let you sing
Momma's will keep Baby cozy and warm
Oooo Babe
Oooo Babe
Ooo Babe, of course Momma's gonna help build the wall...

http://www.youtube.com/watch?v=qC8_1CAedic

Mother, did it need to be so high? 

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