lunes, 27 de febrero de 2012

La vida imposible de ser vivida.

               Me descubrí recientemente ensimismado en mis más siniestros planes, planes que llevaría a cabo en contra mío y en contra de toda la humanidad. Al menos toda la humanidad que se cruce en mi camino. Estas memorias serán, acaso, mi gran obra maestra, elegía final.
               No tuve que pensar tanto para concluir en la certeza de que vivir con miedo no es vivir. La vida se destroza. Somos imposibles con nosotros mismos, y con el etéreo y grotesco público, aquel que nos da miedo.
               Tener certezas es muy importante.
               Vivir con miedo es horripilante.
               Hubo un tiempo en el que temía a todo. Mi paranoia era tal, que no podía salir a la calle sin tener ataques de pánico, horribles oleadas de sentimientos abyectos y síntomas  de excitación fisiológica,  tales como taquicardia, temblores, ganas de vomitar, aún más ganas de morir, dolor en el pecho, dolor en la mente, odio hacia el mundo entero. Oh, eso no es un síntoma fisiológico, es un síntoma lógico. Cada vez que me sucedía, me sentía atrapado entre paredes que se cerraban sobre mí cada vez más, mientras mi cuerpo era presionado por un elefante inmenso, o cualquier otro animal de terribles longitudes.
               -Voy a morir, me matarán- pensaba y decía.
               Cada segundo era el catastrófico final. Vivía esperando, esperando el impacto. Nada deseaba más que terminar con mi odisea, terminar con el sufrimiento, morir ya, morir de una vez por todas.
               Temía a casi toda la gente que me cruzaba. Mi mirada soslayaba cada movimiento. Era capaz de morir de miedo, en mi miseria.
               Temía también a los ruidos, sobre todo a los ruidos de la noche, a saber: gatos gimiendo y llorando como bebés poseídos, corriendo y follando sobre mi techo. Sirenas, autos, choques. También a los aviones. Voces. Demonios, delincuentes, asesinos, políticos, bestias, animales desconocidos, lo desconocido en sí, lo conocido también. El qué dirán. Lo que no dirán. Curas, Michael Jackson, Michael Graves y todos los Michaels existentes; zombis, monjas, cielo, infierno, estrellas, agujeros negros, explosiones catastróficas, cataclismos, cambios, devenir, dolor, muerte, pesadillas, sueños, amor, odio.
               Mi vida era un infierno, y en los días tormentosos hasta rezaba a algún ser superior con tal de que cesaran los truenos.
               He aquí una noche en la que la desgracia quiso burlarse de mi finita vida, haciendo caer una tormenta sobre mi cuerpo, mientras volvía a mi hogar caminando.
               Estaba convencido de que en cada instante un rayo caería sobre mi ser maldito.
               -Ahora, voy a morir. Ahora. ¡Oh! Ahora.
               Creo que hasta hacía fuerza para dirigir la furia del cielo hacía mí.
Tenía también miedo a las enfermedades, miedo a las historias de terror de granjero, miedo a vivir.
Pero quizás el temor más poderoso que sucumbía a mi vulnerable psique era el miedo a mí mismo. Es el que habla solo, y no puede callarse.
Es,  inclusive, más fuerte que el temor a ser muerto en la calle, y sólo por una sencilla razón: es mío. Es íntimo.
Nadie puede ayudarme más.
A pesar de todo, aún estoy aquí. Mi nombre sigue siendo Sherlock Holmes. Moriré, en cualquier momento, no sin antes eliminar a cuanto ser humano pueda.