Ahora es cuando.
¡Tantas cosas pensé en esos escasos -e
infinitos a la vez- minutos que transcurrieron desde que sentí que quería que
me parta un rayo!
-Ábrete, oh multicolor cielo, deja de refulgir y ennegrécete y
acumula nubes de todo el mundo, para que la lluvia inunde así mi cuerpo y mi
vida patética de mortal. ¡Que suceda!
Pero no sucede. Aquí estoy, vomitando mis
infortunios. Ni siquiera puedo con ellos.
¡Tantas cosas dicen de la tristeza! Pero
tristeza es no estar contigo. No pertenecer a tu cuerpo. Tristeza es no tenerte
a ti, mujer amada, para siempre conmigo. Para que rías conmigo, para que llores
conmigo, para que me abraces y juntas videemos misterios fantásticos y
aventuras, salvajes colores creadores de la paz sin fin y de la bienaventuranza.
Tantas cosas dicen del cosmos. ¡Pero yo
creo que debemos escaparnos de él! Toda la existencia que poseemos resultará
invisible y eterna en el tiempo, como el
universo todo en su magnificencia. Eso de las explosiones estelares azules, o
algo así. Pertenezco a ti, padre Cosmos, universo infinito y en expansión. Y
tú, rey Sol, seré merecedora de tu luz siempre y cuando tú lo permitas.
Soy una condesa. Mi futuro ya no existe.
Pensaba en no perder…pero, ¿en no perder qué? Falta poco para que vengan a
buscarme, y quiero hacerme la dormida.
Dependo de lo que suceda. Siento en mi
cuerpo el peso del demonio. Se manifiesta en mí cada día, a cada momento, en
cualquier lugar, haciéndome sentir indecibles deseos, ardientes pecados, en
cuanto veo a esa mujer, ¡oh mujer que amo! Muchos quisieron hacerme entender
que ese amor que siento es hacia el demonio, no hacia una mujer, ¿cómo podría
ser esto posible? ¿Cómo podría una mujer amar a otra mujer que no fuera su
madre? Si es un pecado –acaso lo es-, pues seré por deseo y amor una eterna
pecadora. Si amando a esa mujer he de amar al mismo demonio también, pues
¡poséeme, pérfido Belcebú! ¡por ella, te amaré por siempre a ti también! Si es
necesario…
Mi amor no debería ser un pecado. Es un
amor puro, blanco, que me llena de alegrías. Es evidente –y no así, aceptado- que
lo carnal es parte de este amor, somos cuerpos con almas y las almas necesitan
sentir mediante el cuerpo. Cada vez que veo al demonio mismo en ella, siento el
odio de todas las generaciones que me precedieron, qué contradicción, sin
embargo es inevitable sentir también cierta inquietud (muy obstinada a veces)
hacia ese odio. ¿Cuántos pasos me separan de estos contrapuestos, eternos
luchadores, sentimientos?
Finalmente concluyo en que mi educación me
ha formado inepta a los sentires, una niña encerrada en una vasija es lo que
siempre he sido. Mujer, entiende por favor mis absurdas contradicciones, mi
espíritu es como una tormenta de arena en la que es demasiado difícil
distinguir entre actores y substancias.
Siento no haber escatimado en detalles
acerca de mi situación. También siento que no es necesario hacerlo, pero
comencé esta nota diciendo “Ahora Es Cuando”: ya nadie sufrirá por mis
actitudes débiles y de locura infernal. (Hace poco he aprendido a usar
sarcasmos).
En la primera hora de la mañana habré de
ser arrojada al fuego eterno. Ya no seré una condesa, oh, ni siquiera lo soy
ya, me llaman bruja desde hace tiempo.
No trato de justificar con esta nota mi
existencia, de hecho, mis pertenencias y todo lo que salió – y aún sale- de mis
pensamientos, será quemado en la hoguera también. Soy una enfermedad
contagiosa, las niñas deben mantenerse lejos de mí y de mis ideales.
Sigo siendo, todavía, un caos universal,
poniendo en vano estas palabras sobre el papel, que servirá mañana para
combustionar el fuego en el que moriré, el fuego al que estoy condenada por
amar a una mujer, ergo amar al diablo.
Será mi fin dolorosa alegría, furtiva
huida de mi alma, instantes ya no perdurables que me conducirán a la dicha
eterna, insisto: si en el infierno he de verte, tenerte y amarte mujer, pues
este cuerpo nunca me ha resultado tan inerme, sin la vida que luego viviré.